Soy quién soy pese a quién pese. Esa soy yo.
Bienvenidos a mi rincón.
Myriam Luna.

domingo, 5 de enero de 2020

ADIÓS MARÍA (Serie Eva y María 5)


Este es uno de esos viajes que nunca se deberían hacer. Siento que me ahogo por momentos, tanto silencio me está matando.
Intento no pensar, no sentir, no mirar. Pero no puedo, es superior a mí. 

Volver a casa se está convirtiendo en el mayor de los tormentos. No hago más que recordar el momento en que María empezó a hacer las maletas, con rabia, con prisas, como queriendo escapar, huir... Tal vez huir de mí, de nosotras.

Nos hemos querido tanto, tanto, que nunca creí que pudiéramos hacernos tanto daño en apenas cinco minutos. 

Me esquiva, me evita, no me habla, no me mira. Sólo veo rabia y dolor en sus gestos, en su mirada huidiza. 

Desvio la mirada hacia la ventana, como si así pudiera expandirme fuera y volar. Siento un nudo en el pecho que no me deja respirar. Un nudo en la garganta queriendo explotar. Y unas ganas enormes de llorar. De nuevo intento no pensar, pero no puedo. No puedo no pensar en cómo acabó todo, en cómo pude hacerle tanto daño sin saber lo que estaba provocando. 

Y perdida en mis tormentos me doy cuenta de que hemos llegado, estamos en el garaje y el coche aparcado. María sigue con las manos al volante, con la mirada fija al frente, y yo queriéndome morir porque aquí se acaba todo. 
No se cuánto tiempo permanecemos así, inmóviles, ausentes, hasta que María rompe el silencio abriendo la puerta del coche y un apenas audible: -hemos llegado 

Seguimos en silencio, en el garaje, en el ascensor.... Ni siquiera nos miramos  ¿por rabia?¿Por miedo? No lo sé... Pero duele, duele tanto. 
Entonces el silencio sólo es roto por el sonido de timbre, el timbre de casa de María, de María y de Luis. Doy media vuelta queriendo huir, me duele demasiado. 

Escucho a Luis a mis espaldas abrir la puerta. 
-María, has vuelto... 
-Si Luis, he vuelto.
-Nunca pensé que volverías. 
-Yo tampoco 
-¿entonces? 
-Entonces... ¿No vas a dejarme pasar? 
-Claro... Pasa, esta nunca dejó de ser tu casa. 

Permanezco de espaldas a Maria para no verla, intentando no escuchar, cuando siento su mano coger la mía y me abraza. Me abraza como hacía días que no hacía, con ternura, con mimo, con cariño. Me hago la fuerte, la dura, intentando no llorar. No quiero que me vea llorar. Cuando me mira las lágrimas ruedan sin control por sus mejillas. Me mira con esa mirada intensa suya, penetrante. 

- Te quiero Eva. Te quiero aunque no me creas. Gracias por tanto, gracias por dejarme amarte como nunca lo he hecho con nadie. Gracias Eva, gracias de corazón. 

Y un minuto después estaba sola en el ascensor. Me sentí caer, hundirme en el suelo como en arenas movedizas, y lloré la rabia y el miedo contenido durante tantas horas. Todo había terminado.... 

Y entre llantos ahogados un: Adiós María