Soy quién soy pese a quién pese. Esa soy yo.
Bienvenidos a mi rincón.
Myriam Luna.

martes, 13 de diciembre de 2011

Tenemos que hablar

“Tenemos que hablar” me digo en voz baja intentando que no me tiemble mucho la voz... A fin de cuentas esto no es más que un ensayo, uno de tantos.
Me retiro suavemente el flequillo de la cara sin apartar la mirada del espejo e intento una vez más creérmelo. “Tenemos que hablar” repito más fuerte pero más calmada.

Cierro los ojos intentando recordar aquellos ejercicios que aprendí muchas veces y en demasiados sitios. Respiro hondo y voy repasando mi discurso despacito. A fuego lento para no quemarme.

¿Y si no quiere que hablemos? Abro los ojos a golpe de exhalación.
¿Y si no me deja expresar lo que yo quiero? ¿Y si no soy capaz…?
Inhalo, exhalo, inhalo…...corro a mi habitación en busca de mi inhalador.

“Ahora no, ahora no” digo entre ahogos, no es momento de crisis de ningún tipo. Él puede venir en cualquier momento y si no consigo controlar mi respiración y mi ansiedad y mi…... sí, ¿porque no decirlo? mi miedo, esto será un nuevo ensayo ante mi espejo. Además de un nuevo fracaso.

Permito al inhalador hacer su labor, inspiro fuerte, dos veces como siempre. Respiro mi debilidad. Siento como mi boca se llena de ese sabor que tantas veces me salva el día pero del que me gustaría desprenderme de una vez por todas.

Hoy no me puedo venir abajo, hoy no. No lo soportaría más. Necesito que hablemos, necesito decírselo ya. ¿Por qué tardará tanto...?
Bueno yo a lo mío, ya llegará. Seguro que fue a tomar algo con los compañeros del trabajo.

“Respira, relájate” me dice una voz que me cuesta reconocer como mía.

“Sí claro, relájate” le respondo. ¡Como si fuera tan sencillo!

“Pues nada, ahógate y pásate otro mes frente a tu espejito haciendo pruebas de voz” dijo antes de que pudiera silenciarla.

Basta de charlas me digo recobrando energías. “Me he pasado media vida hablando contigo y no me ha servido de nada, ahora toca el momento de hablar con él.”

“Está bien” me dice despareciendo de mi garganta y de mi mente.

Miro el reloj de la cocina, las 21:15. Dejo a mis ojos volar sobre la mesa preparada para dos, sobre el ‘tupper’ semiabierto, los platos recién lavados, el suelo barrido y me invade un sentimiento agridulce de tristeza y espanto.

“¿De verdad quieres hablar con él?” me dice de nuevo la silenciada anteriormente.

Y por unos instantes mi silencio se convierte en un respuesta llena de ambigüedad.

“Ya no puede ser de otra manera” le respondo con cariño e incluso seguridad.

“Mira que si después te echas atrás vas a resultar más patética de lo que ya piensa que eres” se atreve a decir.

De nuevo me regalo unos segundos de silencio antes de contestarla.

“Te mentiría si no te dijese que tengo miedo, pero ya no puedo echarme atrás y lo sabes.”

“Ya, ya, si lo sé. Pero seamos prácticas….ahora hablas con él, si es que aparece, le dices lo que opinas ¿y luego qué?”

“¿Cómo que qué? ¿Te parece poco? Pues luego, me tendré que ir.”

“No me hagas reír. ¿Crees de verdad que te va a dejar ir después de lo que le vas a contar? ¿Acaso no le conoces?”

Salgo de la cocina y camino a oscuras por el largo pasillo que me lleva al salón, mi cuerpo está cansado, ayer apenas pegue ojo. Son las 21:35. Aún es pronto me digo, buscando desesperadamente algo de calma.

“Bueno, ¿qué? ¿No me respondes?”

“Cállate, por Dios, cállate de una puta vez. Déjame. Esta vez es diferente y lo sabes. Quiero estar tranquila hasta que él llegue. Lo vas a echar todo a perder.”

“¿Yo?” “¡Tendrás valor! Yo te conozco mejor que él y sé que hoy no será la última.”

“Yo me conozco mejor que tú y sé que hoy será la última.”

En la habitación se oye mi teléfono móvil, un mensaje. Me apresuro y mis nervios dejan al descubierto mis flancos débiles....corro hacia la habitación y leo el mensaje.
No es él. Maldigo a las compañías de teléfono con su agobiante información sobre promociones. Tiro el móvil contra la cama a la vez que dejo caer mi cuerpo sobre ella.

“¡Maldito seas!” digo. “¿Dónde coño estarás?”

Me ha dicho mil veces que no le llame al móvil, que si no viene es porque algo estará haciendo, que si algo pasa él me llama, que no le controle la vida.
¡Qué gracioso! ¡Que no le controle la vida! Suena hasta creíble. Al menos tú tienes vida, no como yo pienso en voz alta. ¿Y si le llamo y le dan de una vez por saco a todas sus órdenes?

“No lo hagas” me dice rápido la otra. ”Ni se te ocurra.”

“¿Por qué no? ¿No me crees capaz? ¿No decías que hoy no sería la última?”

Noto como mi pensamiento va tan veloz como mi respiración.

“Si le llamas, él vendrá enfadado y tus probabilidades de que te escuche e incluso de que no te insulte serán drásticamente reducidas. No le llames.”

Suspiro profundamente y le doy la razón. Me levanto de la cama e intento ocuparme en algo. Estoy nerviosa, no dejo de frotarme las manos. Debo calmarme de una vez, pero no es fácil, son muchos los intentos y muchas las retiradas. Hoy no será así
Si él llega enfadado no tendré ninguna opción, será mejor que espere tranquila. “Tranquila” repito con cierto retintín para que la otra se dé por aludida.

Me siento en el sillón y abro el libro que me estoy leyendo, le doy a mis ojos la sencilla orden de leer pero no están muy por la labor. “Esta decisión no es fruto de un arrebato” les digo, para que intenten hacer un esfuerzo y se concentren en leer. Están algo irritados pues esta mañana los tuve llorando un buen rato. No quieren leer. Yo tampoco.
Cierro el libro despacio y después los ojos. Silencio. “No hables” le digo a la que viene a atormentarme con preguntas.

El ruido de la puerta me despierta. No puede ser ¿cuánto tiempo ha pasado? Permanezco unos segundos inmóvil, observo a mi estómago encogerse, a mi mente cerrarse. Cada parte de mi cuerpo le teme, yo también.

“¿Qué haces ahí a oscuras?” me pregunta. Su voz no denota enfado pero tampoco calma.

“Estuve leyendo bastante rato y me debí quedar dormida” le miento.

“¿Has cenado algo?” le pregunto acompañándole hacia la cocina.

“Si, si...he cenado. Estoy roto, me voy a la cama.”

“Espera” le digo, pero su cuerpo ha girado ya hacia la habitación y mi voz no ha sido lo suficientemente fuerte.

Me quedo quieta en el pasillo, estoy muerta de miedo pero tenemos que hablar, tiene que ser hoy, no puedo más.

“¡No te ha dicho que está roto!” me dice con tono agresivo de nuevo esa voz que martillea mi cerebro incesantemente.

“Ya, pero si no lo hago ahora temo no ser capaz mañana” le respondo intentando ablandarla.

“No sé, pero si quiere acostarse no va a tener ganas de escucharnos.”

Es la primera vez que la otra habla en plural, que se solidariza conmigo, que parece comprender que ya no puedo más.

“Nunca habrá un buen momento, mañana se tendrá que ir rápido a trabajar, a mediodía, si viene a comer, querrá ver el telediario, luego marchará de nuevo...y así llevo demasiado tiempo, lo sabes de sobra.”

“Sí, es cierto” me dice suspirando y mostrándose más comprensiva de lo que acostumbra.

“Hagámoslo juntas, te suplico, te necesito a mi lado, siendo una que es lo que a fin de cuentas somos, confía en mí.”

“Tengo miedo” dice. “Yo también” le respondo, “pero las dos sabemos que tiene que ser hoy. Ya. Antes de que se acueste.”

Cuando entro en la habitación él está terminado de desvestirse. Le observo pero no pienso, ahora somos una y nada va a impedir que hable, ninguna duda ni valoración de última hora.

“Tenemos que hablar” le digo con voz tranquila pero fuerte, creyéndomelo.

“¿De qué tenemos que hablar?” me responde sin dedicarme la más mínima atención.

Sé que si le digo de ir al salón para hablar más tranquilos no va a querer, es más, puedo perder la oportunidad de hablar, e incluso puede enfadarse porque está cansado. No, no necesito un escenario....

“He conocido a alguien” me atrevo a decir.

“¿Qué?” repite sabiendo perfectamente lo que ha oído. “¿Puedes repetírmelo?”

“¡Cabrón!” pienso

“Que he conocido a alguien” repito más fuerte pero consiguiendo mantener el tipo.

“¿Qué significa que has conocido a alguien? Yo conozco a muchas personas cada día.”

“Significa que he conocido a alguien que me importa más que tú. Significa que he conocido a alguien por quien merece la pena vivir, alguien cuyos ojos me transmiten vida y alegría, alguien que no me juzga....ni me...”

Tomo aire y agradezco enormemente que no me interrumpa, por un instante empiezo a pensar en qué pensará él, pero acallo ese pensamiento a golpe de palabra....

“Significa que he conocido a alguien que quiere ser feliz, alguien que me escucha, que me comprende, que se muestra tolerante ante mis defectos. Que le gusta leer, escribir, escuchar música, pasear...todo aquello que tú aborreces.”

“¿Y puede saberse quién es ese súper-hombre?” responde con cierto sarcasmo, no mostrando ni pizca de preocupación por cuanto ha escuchado anteriormente.

“¿Para qué quieres saber quién es? Lo que debes saber es que no quiero seguir más contigo.”

“¿Estás de broma, no?” me dice con un tono algo más desafiante.

“No, no es ninguna broma, ese alguien a quien he conocido me ha dado la fuerza necesaria para poder hablar contigo.”

“Ese hijo de puta ¿ha estado en mi casa?” me pregunta a la vez que su cuerpo va tomando la forma que tanto habíamos previsto.

“Si” le respondo sin apartarle la mirada, aun sabiendo que en su lenguaje eso supone un acto de guerra. “Es mejor así.” le digo tranquila. “Me iré esta misma noche, no necesito nada.”

“Escúchame bien, porque te lo voy a decir sólo una vez. Tú no vas a ir a ninguna parte. ¿Lo entiendes?” Su voz no tiembla, tampoco su mano apretando mi cuello.

Me gustaría decirle que me hace daño, que me suelte pero en todos estos años he aprendido que si le muestro mi debilidad, más me aprieta. Doy una orden a mis ojos para que no lloren, para que no me fallen ahora. El tiempo se hace lento, cierro los ojos.

“¿Me has entendido?” repite soltándome bruscamente.

“¿Y tú? ¿Me has entendido tú?” me atrevo a responder.

Una bofetada hace que mi rostro gire hacia la puerta como escapándose antes que yo.

“No tenemos más que hablar. Y dile a ese alguien que como aparezca por aquí os mato a los dos.”

“Ese alguien a quien he conocido, cuyos ojos rebosan vida lleva mucho tiempo viviendo contigo pero yo no la conocía. Ese alguien a quien matarías si aparece por aquí, está delante de ti ahora mismo. Ese alguien a quien tú has llamado súper hombre no es otra que yo reconociéndome a mí misma...”

Una segunda bofetada mayor que la anterior hace que mi cuerpo se caiga al suelo, no así mi voz....

“Ese alguien a quien llamas hijo de puta por entrar en tu casa, lleva viviendo aquí demasiado tiempo, ese alguien hoy, al mirarse al espejo se encontró con una vida por vivir lejos de ti. Ese alguien se llama Eva, ¿te acuerdas de mi nombre?”

Una patada atraviesa mi costado. Temo que vengan más, pero ya no puedo parar...mi voz ha tomado la energía y las riendas....

“Tiene 41 años y se gusta a sí misma, y hoy se va a marchar para siempre de tu lado, por muchas bofetadas y patadas que me sigas dando. Lo difícil ha sido encontrarme pero ahora nada de lo que hagas puede pararme...”

“¿Estas segura de que nada puede pararte? Como cruces la puerta te mato” continuó al ver su pregunta sin respuesta.

“No puedes matarme porque ya lo has hecho durante todos estos años. Para ti estoy muerta, no para mí.”

“Como cruces esa puerta te mato” repitió con los ojos llenos de ira.

“No lo harás. Un hombre como tú no tiene valor para luego asumir las consecuencias de sus actos. No quieres ir a la cárcel y no te vas a suicidar como hacen otros hijos de puta como tú. Así que déjalo ya.”

A pesar de la seguridad mostrada todo mi cuerpo tiembla, tanto que me impide moverme despacio hacia la puerta.

“¿Qué hacemos?” pregunta ansiosa mi otra voz.

“Calla” contesto rápido.

El tiempo no va lento, se ha detenido. Y yo no tengo todas conmigo de que él pueda reaccionar de otro modo al que yo conozco. Busco fuerzas y empiezo a dar órdenes sencillas....a mis manos, a mis pies, a mis ojos, iros moviendo, reaccionar suave les susurro hacia dentro.
Por la tarde había preparado todo mi bolso con lo que necesitaba, llaves, dinero...etc.
Solo tengo que llegar hasta la entrada, después él no se atreverá a salir por los vecinos.

El hecho de que él haya parado sus ataques me desconcierta, me mantiene en una alerta hasta ahora desconocida. Soy consciente de que no tengo mucho tiempo ni espacio. Solo tengo que correr hasta la salida en cuanto vea la posibilidad de hacerlo.
Mientras llega ese momento permanecemos inmóviles en la habitación, él me da la espalda y yo me muevo de a poquitos, tan pequeños que ni yo los aprecio. Tengo la certeza de que cuando me mueva del todo será como en esos documentales que tanto he visto del león tras la gacela. Y no sé si seré como esas pocas gacelas que consiguen llegar donde el león no llega.

“Llegarás” me dice la otra pasando por alto la orden estricta de permanecer callada.

Y en ese mismo instante corro. Corro como no sabía que era capaz de hacerlo. Corro como en los deportes que él tanto ve. Corro como quien huye del fuego o del agua. Corro con millones de voces de mujeres diciéndome: ...”¡¡¡Corre!!!!”

No sé en qué punto del camino se paró el león. Sólo sé que yo estuve corriendo meses y meses y que hoy por fin tomé café con ese alguien a quien conocí. Y con la otra, claro....


de TERESA GARCIA

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